Así que llegué a la capital Timbu a principios de diciembre con jetlag, nervios y mucho trabajo por delante. Mi equipo, entre el que se encontraban la cineasta estadounidense Colleen Maes, la fotógrafa de aventuras Leslie Kehemeir y el periodista de MTB Tim Wild, todos querían capturar las primeras imágenes de ciclistas de montaña mujeres en Bután, bien fuera grabadas o impresas. Íbamos equipados con dos nuevas Marin dobles, muchísima ropa y cascos Shimano, y no teníamos ni idea de lo que iba a suceder. Planear y comentar durante meses es una cosa, pero estar allí en persona era otra. ¿Las mujeres que habíamos reclutado iban a venir? ¿Estarían interesadas en invertir su tiempo en convertirse en ciclistas de montaña? Nada asusta más que una página en blanco...
Pero justo ahí, en la pequeña plaza de hormigón frente al hotel, tuve una de las mejores experiencias de ciclismo de montaña de mi vida, y casi ni me subí a la bici. Las cuatro mujeres locales que habían sentido suficiente curiosidad como para venir a conocernos fueron Dawa, Khusala, Tshering Dolkar y Tshering Zam. Todas se tomaron un respiro de sus obligaciones con la familia y el trabajo para venir a conocernos, y parecían tan nerviosas como yo durante los primeros minutos.
En cuanto enseñamos las dos cajas de cartón gigantes con las Marin de montaña nuevas en su interior y las invitamos a desembalarlas, fue como accionar un interruptor. Se distribuyeron alrededor de las bicis como un equipo de boxes de F1, y con mi ayuda y la de unas llaves Allen, nuestro protoequipo de MTB había nacido: montando pedales, ajustando direcciones, discos de freno y sillines, y riendo por cada tornillo caído y nudillo raspado. Sin nervios ni barreras culturales, solo un grupo de amigas con una misión. Un par de horas más tarde, teníamos dos bicis nuevas brillando bajo el sol, listas para ser montadas.